Y llegó otra noche más. Su madre la recibió con esa cara depresiva que había tenido desde hacía unas semanas. Despidió a su amigo y entró al auto con una sonrisa que se borró ni bien este comenzó a recorrer las calles de la capital. La radio intentaba tapar el silencio incómodo de todos los días, hablando de cosas triviales como de "cuáles eran los insultos que se decían antes y ahora se dejaron de usar". Ella trataba de prestar atención al hombre que hablaba y hablaba sin parar, o por lo menos trataba de hacerle creer a la madre que estaba prestando atención. Pese a todos sus intentos por mantenerla callada, ésta prefería una conversación forzada a un viaje sin palabras. Preguntó sobre el colegio, "ninguna novedad" como siempre, y luego, de nuevo el silencio, el cual se mantuvo hasta llegar al hogar. Entró, dejó sus cosas en un sillón y se dispuso a cenar en paz. De vez en cuando aparecía su hermano y lograba sacarle una sonrisa, siempre lo lograba. Terminó, limpió sus cosas y esperó en la computadora hasta bien entrada la noche. Su hermano dormía, su madre todavía no, ella tampoco podía conciliar el sueño. La saludó con un beso y un fuerte abrazo que recitaba que todo iba a estar mejor. Los ojos secos se mantuvieron hasta llegar a la habitación. La oscuridad la ayudaba, era más fácil sacarse la careta si nadie la estaba viendo u oyendo. Se acostó y comenzó el show. Ya se lo sabía de memoria, sabía exactamente qué tenía que hacer para que su llanto no despertara a su hermano. Las lágrimas empapaban su almohada, no tenía vergüenza de llorar con ella en frente, ella nunca la juzgaba, ni se sentía triste al verla en ese estado. El otro hermano todavía no llegaba, tenía unos minutos más de libertad. Escuchó la puerta, de nuevo la máscara. No quería, no la dejaba respirar, pero debía. Se limpió la cara, cerró los ojos y esperó a que el mayor se acostara. Agradeció que estuviera todo oscuro, no quería que la viera así. Huyó al baño, se miró al espejo. No estaba tan mal, sólo tenía los ojos hinchados y algunos brotes en la cara, lo esperado. Aguardó hasta que su respiración se normalizó, para luego volver a su habitación e intentar dormir. El dolor de cabeza lo dificultaría, pero ya estaba acostumbrada a todo eso. Al fin, pudo dormir. Vio la luz, otro día comenzaba; entonces, la careta nuevamente.
miércoles, 4 de noviembre de 2009
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