No vivió el morir

Una explosión. Sí, estaba segura de ello. Luego seguirían la matanza, la agonía y la muerte, o peor, la tortura. No lo entendía, no podía ver qué tenía que ver ella en todo ese desorden social. El represor, el subversivo, el represor, el subversivo; los dos eran lo mismo, asesinos. Odiaba esa situación. Su padre era una buena persona, no le hacía mal a nadie. Dudaba de que alguna vez en su vida haya visto morir a alguien. Lo único que hacía era llevar el pan a la mesa ¿Por qué tenía que soportar él también la tortura que otros merecían?
Pensó rápido, tomó todos sus ahorros, los guardó en el corpiño y se decidió a escapar por la ventana. Lo había hecho miles de veces, no había riesgo de caerse. Ni bien sus pies tocaron el suelo corrió lo más rápido que pudo. No hubo tiempo para pensar hacia dónde, ni para recordar las palabras de sus padres, sólo sabía que debía huir de allí antes de que lograran atraparla. No paró hasta estar segura de que no la hallarían. Se ocultó en una fábrica que, a juzgar por su estado, había sufrido un incendio meses atrás.
Todo estaba oscuro, no habría sido una mala idea llevar consigo una linterna. Caminó con cuidado de no hacer mucho ruido, pero las ratas la delataban. Un aullido. Eso no había sido una rata, era... una chica. Sus ojos por fin se acostumbraron a la oscuridad, entonces la vio. Llevaba puesto un camisón sucio y nada más, sus pies estaban descalzos y lastimados. Debía de tener dos o tres años menos que ella. Se acercó un poco más para poder observarla mejor. La niña, asustada, dio unos pasos hacia atrás y la escaneó con la mirada. Rápidamente notó el collar que le había regalado su padre. Era una de las primeras insignias que había recibido en el ejército. Otra explosión, esta vez como un fuego artificial. Un dolor agudo en los riñones. Sangre. Mucha sangre. Finalmente comprendió.