Siempre he pensado que en el momento en el que dejas que alguien forme totalmente parte de tu vida ya corres el riesgo de que pueda hacer daño. Quizás por eso esquivo el momento en el que alguien entre en mi vida por completo. No sé, igual es ser egoista, pero permitirlo podría volverme frágil, tan frágil como para desencadenar un caos. Un descontrol que me atemoriza, que es uno de mis miedos, que ya he sufrido y en el que no quiero volver a caer. No tienes el mando, estás fuera de juego y esa debilidad es algo tan maravilloso como acojonante. Igual que la esperanza, que siempre se mantiene pero también te engaña sucesivamente. Tal vez, ni siquiera puedes ayudarte a ti mismo y ese es el puto problema. Preguntarte una y otra vez si de verdad la parte positiva supera a la negativa de darle las llaves de tu vida a alguien. Quizás ahi este la gracia. En la incertidumbre. O no, yo qué voy a saber.
jueves, 26 de febrero de 2015
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