jueves, 17 de octubre de 2013

Tener un blog como este es como gritar en silencio. Hoy después de un mes, volví a revisar sus redes sociales. En facebook no encontré nada significativo, no puedo simplemente asumir que todos sus estados son para mí porque, además, lo más probable es que no lo sean. Twitter me dejó más impactada y de hecho, no pude evitar llorar cuando leí lo que publicó. Aquí lo adjunto.


Es una estupidez... volver a hacerme daño sólo para poder actuar bien el papel de mañana. Usamos la canción Gravity, esa que escuché tantas tantas veces cuando cortamos antes de cumplir tres años. Es frustrante no poder escapar de vos, pero más frustrante aún es ser yo la causante de ello. Este nudo en la garganta me está doliendo mucho... ya sé que no voy a volver a vos, porque simplemente no puedo volver a donde ya no tengo un lugar, la última vez debería haberlo sabido y ahorrarme el disgusto. Yo también te extraño y lamentablemente no me pasa como en la historieta de tener días en los que ni me acuerdo de vos. Vos sos un murmullo constante en la voz de mi inconsciente, pienso en vos por todo, lo quiera o no. Trato de no convertirte en un tema tabú, porque como ya me habrás escuchado decir en otras ocasiones, es peor y más peligroso de esa forma. Todo se volvería tan quebradizo que viviría con miedo de cualquier brisa que pudiera traer tu nombre de pasada. Te extraño, sé que estás bien... debés estar tan bien como yo, no al 100 % ( los dos sabemos lo lejos que nos queda el 100% ahora) pero bien... sobrevivimos, la pasamos bien, nos reimos, vivimos de distracción en distracción esperando (o no) una distracción mayor, que deje de ser una distracción y se convierta en parte de nuestra vida. Exactamente como pasó con nosotros que sin saber cómo ni cuándo de repente ya formábamos parte del otro.
Sí, mi amor, te extraño, que no te quepa la menor duda. Seguimos ligados y hasta que no descubra la llave correcta para abrir el candado que me mantiene encadenada a vos, voy a seguir extrañándote.

martes, 15 de octubre de 2013

Volver para llorar en escena

Cuando uno se esforzó tanto en crear y fortalecer un vínculo a tal punto de inventarse un culto a él, con sus respectivas ceremonias, costumbres y reglas, al momento de decidir romperlo para siempre no piensa realmente en todo lo que tiene que deshacer. Tal vez piensa que el no ver ni hablar con esa persona es suficiente para, en un par de meses, superarla y seguir con su vida. Pero de a poco se va dando cuenta de que esa persona era tan parte de su vida como sí misma. Comienza a encontrarla en sus contraseñas, en sus tardes vacías de domingo, en sus ganas de ver una película en el cine y no tener con quién. En esos 54 preservativos que guardaba en una lata para cuando viniera de visita. En esa serie que estaba por sacar la nueva temporada. De repente está en la ropa interior, en la mesa de luz con la que nunca más se golpeó, en ese cruce de calles que agarra el colectivo al volver de la facultad. Y ahí es cuando uno realmente se da cuenta de que si tuviera que olvidar a esa persona en "un par de meses", realmente debería mudarse a otro continente, cambiar de trabajo, de estudios, de contraseñas, romper cada espejo que se cruce en su camino, deshacerse de todas sus pertenencias y dejar de frecuentar a toda la gente que alguna vez haya tenido contacto o haya oído hablar de esa persona. Y como si todo eso fuera poco, un lavado de cerebro no vendría mal... porque la falta de todo eso haría recordar aún más la causa de tantos cambios. Una vez acostumbrados al cambio ya está... pero pucha que tarda. En fin,como decía, cuando uno puso tanto empeño en construir un vínculo, la única forma de destruirlo es de a poquito y con decisión. Un día cambiamos una contraseña, otro día bloqueamos una cuenta, eliminamos un blog, o volvemos a ver esa serie que no podíamos pensar verla de otra forma que no sea con esa persona. Así, de a poco y con paciencia, se va limpiando el dolor que provoca la ausencia. De esa persona y de la persona que era uno al estar con ella. Día a día nos encontramos más lejos de ese yo que nos gustaba ser cuando ella nos estaba mirando. Pero no hay que preocuparse porque, sin contar las caídas (que, por dios, duelen y mucho), cada vez nos afecta menos la muerte de ese pequeño yo. Y llega un día en el que hasta dejamos de ir al cementerio a recordarla, hasta puede pasar que después de muerta deje de gustarnos y nos alegremos de que haya fallecido de una vez por todas.