Si alguna vez creí que no existían "nuncas" ni "para siempres" estuve en lo correcto y no debí abandonar esa creencia por nada del mundo, ni siquiera por él. Es fácil deshacer ideas aparentemente arraigadas en una adolescente estúpida y vulnerablemente enamorada con fancy words y ojitos grandes. Si alguna vez creí en la sacristía de las promesas estuve (y, lo admito, aún estoy) completamente equivocada, porque, lamentablemente, no se puede confiar en la palabra de nadie. Porque las palabras son las que nos hacen creer que somos algo más que un cuerpo simplemente hormonal, crean esa ilusión de que somos algo similar a lo racional, hasta nos hacen creer que somos sentimentales, que sentimos algo más que deseo. Amor. Eso no existe. El amor sería posible sin el deseo, sin la carne, sin el cuerpo. Pero la realidad es que, lejos de ser seres puros, sólo somos una especie más buscando reproducirse y evitando la extinción. Las palabras inventaron lo que algunos llaman "alma". Otros decidieron llamarlo corazón, raciocinio, humanidad, ser interior, espíritu, esencia, sentimientos, consciencia... idioteces. Aunque tengo que admitirlo, esto último sí existe, la consciencia. A veces aparece la muy hija de puta, a veces no llega a tiempo. Es lo que nos mantiene unidos a aquello que queremos que exista con todas nuestras fuerzas, el alma, nuestra humanidad, la única distinción posible que hallamos con nuestros hermanos los animales. Dejemos de engañarnos, si ellos, los seres más puros del planeta, no sienten amor ¿por qué nosotros seríamos capaces? Lealtad, tal vez, compañerismo, quizás ¿Amor? No señores, no busquen más. No hay tal cosa como nuestra alma gemela, media naranja, príncipe azul, amor de la vida, par ideal. Sólo hay personas genéticamente programadas para ser parejas temporales con las cuales es conveniente procrear. Todo se reduce al sexo. Why bother?
lunes, 30 de julio de 2012
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