Ese otoño lo arruinó todo. Su mundo perfecto y de cristal se rompió en miles de pedazos con la caída de esas hojas. Parecía que se reconstruía solo, pero era todo una ilusión. Nada volvería a ser como antes porque ya no se podían borrar las memorias que habían sido grabadas con fuego sobre su pecho. El dolor se volvió permanente y las máscaras se multiplicaron. Las suyas, las de él, nadie fue lo que dijo ser. La paranoia se convirtió en su sombra y a pesar de saber que su lengua era filosa, la escuchaba, creía en ella y se dejaba poseer. Dejó escapar su instinto animal y lo que antes era un baile improvisado, fluído y armónico, se convirtió en una cacería felina de lo más fiera.
Pensó que sólo debía tiempo para la reconstrucción, así que ahorró tiempo. Lo triste es que ni tuvo tiempo de pagar porque ya otra brisa se había llevado las partes de cristal que aún no se habían roto. Y ya nadie quiso esperar otro intento de cohesión. Las piezas seguían ahí, pero rotas, desparramadas y sin las ganas suficientes de volver a la vida. Ya no había esperanzas de un nuevo baile ni de un mundo de cristal. Por un tiempo todo fue tinieblas para los dos. Cuando parecía que salía el sol, volvía la tormenta. Bailaron clandestinamente y nada igual a como solían hacerlo, ya ni sabían qué había a su alrededor. En ocasiones vieron tinieblas, otros días vieron cristal. Pero ella siempre supo que nada volvería a ser como antes después de ese otoño, ese maldito otoño que la alejó de su ignorancia.
miércoles, 13 de marzo de 2013
Entre el cristal y las tinieblas
Publicado por Belu.M a las 0:52 0 susurros
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