lunes, 16 de agosto de 2010

La chica de los jueves: Parte I

Nuevamente me vi perdido entre un mar de sábanas revoltosas, extasiado por sus artísticas curvas y su implacable hermosura. Otro jueves había terminado y dado lugar al nuevo viernes, y al son de su melódica voz abotonaba mi camisa blanca. Una canción conocida escapaba de sus carnosos labios; a ella le gustaban los clásicos, nada de música moderna y ruidosa. Qué bella era su silueta dibujada por la luz matutina que entraba por la ventana! Sin vergüenza de mostrar su pequeña panza que escapaba de los convencionalismos de un vientre plano, ella iba y venía exhibiendo su desnudez al único espectador de la sala. Nunca podría cansarme de mirarla, era preciosa por donde se la viera. Era increíble cómo su larga cabellera siempre permanecía peinada; no importaba cómo las acomodaba, esas ondas cobrizas siempre encontraban la posición exacta para hacerla ver como recién salida de la peluquería. Esos ojos color ébano que contrastaban perfectamente con su pálida piel nunca sostenían la mirada, como si tuvieran algo que esconder. Imposible olvidar su gran sonrisa, la cual siempre adornaba su rostro creando una máscara protectora. Era inútil intentar reconocer cuándo la fingía y cuándo la sentía realmente, ella era una profesional. Cómo habría deseado poder ser aquél que descubriera todos sus misterios, al que confiara todos sus secretos y agonías. Pero ella era por sobre todas las cosas una dama solitaria, por el contrario de lo que creía el resto de la gente. Claro, mostraba el perfil de chica extrovertida, divertida y simpática; y no es que digo que no lo fuera, pero simplemente no era ella misma. Con el tiempo supe darme cuenta de que prefería escuchar a ser escuchada, pensar a hablar y por supuesto observar a ser observada.
Ese viernes, como tantos otros, me vestí y cuando quise darme cuenta, ella ya había desaparecido. Era algo tan incorporado que ya no esperaba un beso de despedida ni un simple saludo, simplemente seguía la rutina, como si hacer las cosas de otra manera significara faltarle el respeto. La habitación estaba ordenada, como de costumbre. Ella no dejaba rastro alguno de su presencia, era como un fantasma, o por lo menos eso parecía querer ser. Claro que para mí ella no era un fantasma ni nada que se le asemejase. Como ya deberán haber notado, yo estaba perdidamente enamorado de la mujer. No existía nada más en mi vida, era casi una obsesión. Vivía por los jueves. Y para ella, supongo que era algo así como un capricho. Nunca entenderé cómo es que una muchacha como ella vino a parar a mi departamento.
La noche en que la conocí fue borrosa, también fue la única vez que la vi como realmente era. Casualmente la conocí un jueves a la noche. Yo había salido a beber, por nada en especial, nada de desamores, nada que festejar, sólo por el hecho de beber a solas. Un hábito que tomamos los hombres cuando nos aburre la vida. Ya con unas cuantas copas de más salí del bar y empecé a andar por las oscuras calles de la capital. Llegué a una plaza (no recuerdo cuál) y me senté en un banco. No sé cuánto tiempo tardé en darme cuenta de que había una chica sentada a mi lado. Lloraba. Lloraba en silencio, pero de vez en cuando se la escuchaba respirar hondo mientras se limpiaba con un pañuelo blanco el camino de maquillaje que recorría sus mejillas. Le pregunté si quería que la acompañara a su casa pero no contestó. Permanecimos ahí un rato hasta que apoyó su cabeza en mi hombro y comenzó a llorar desconsoladamente. Por supuesto no duró mucho, al instante paró, normalizó su respiración y limpió su rostro con el pañuelo. Se miró las manos y dejó que escuchara su voz: "Llevame a tu casa", me dijo decidida. No hice más que pararme, pedir un taxi y llevarla. Esa noche durmió sola en mi cama, pero a partir de ese día, todos los jueves a la noche la comparte conmigo.